Crónicas de viaje: Pero querían navegar

Antes de comenzar la crónica, responderé a la pregunta más elemental de todas, sí, sí me perdí, pero diré en mi defensa que fue porque hubo un cambió de ruta en el inter del viaje.

Sábado. Duele. Mi cabeza me duele. Ese conocido sabor a la cruda inunda mi boca, no sé que pasó, según yo era algo tranquilo, y despierto con esta resaca mortal. Siete veinte, mando un par de mensajes de texto para verificar la disponibilidad de las personas; ellos están dispuestos yo no tanto. Pero da igual, no será la primera vez que me levante crudo temprano, ni la última. Enseguida tomo un baño revitalizante y despierto, me sacudo la cruda. Vámonos. Una hora después estamos en la entrada de la casa de mi amiga. Fielmente asistido por el GPS de Google Maps me dirijo a Peña de Bernal… pero a mitad de camino nos parece demasiado lejos y decido cambiar la ruta a Valle de Bravo. Idiotamente creía que era en la misma ruta: error, estúpido error, estaban en dirección opuesta. Después de haber perdido una hora (una hora en la que igual hubiéramos llegado a Peña de Bernal) y después de cientos de curvas sinuosas (ambos sabían que usaría esta palabra) llegamos a Valle de Bravo.

Era más de medio día y moríamos de hambre, estacioné el auto en un lugar seguro y después de haberle dado un pequeño golpe (intentando impresionar a alguien) nos dirigíamos a la plaza central, de ahí partiríamos. Recurrimos al viejo confiable “Foursquare” y nos recomendó “La chiquita” un restaurant casero y típico de la ciudad. En este punto he de decir que siempre elijo buenos lugares para comer y beber, puntos extra de guía de turistas. Aquí pedimos la especialidad de la casa “tlayudas” mixtas (tasajo, chapulines, chorizo y quelites); sí bien parecían unas pizzas mexicanas, estaban deliciosamente llenadoras. De beber cervezas artesanales para los hombres y agua de la casa para la señorita que se encontraba enferma.

De lo mejor del viaje

La pata del mameitor
Después de tener la barriga llena y el corazón contento, nos dirigimos al muelle, a ellos les llamó la atención subir al bote (o lo que fuese) y dar la vuelta en el río (¿laguna, valle, lago?). Aquí fue donde yo argumenté que no estaba enteramente convencido de subirme, porque si hay algo que me gusta menos que volar, es navegar. Acepté mi miedo, pero accedí a subirme, segundo error del día. El viaje transcurría apaciblemente, intentaba no pensar mucho en el miedo que me daba, así que pusimos un video coloquial de la crónica del “mameitor” y su terrible accidente, por ende, me relajé, incluso pedí una cerveza, todo marchaba sobre ruedas…sobre agua apacible, hasta que la desgracia se ciñó a nuestro bote: una tromba improvisada se veía inminente. Después de un vendaval que terminó por empaparnos, hacernos improvisar un refugio con una mesa, hacernos reír histéricamente y enfriarnos a más no poder, durante diez minutos que bien parecieron diez horas, volvíamos a la orilla sanos y salvos. La frase que marcó el viaje fue: ¡Ah, pero querían navegar! Al final yo me reí porque ni quería navegar. La solución más factible en ese momento fue pedir unas micheladas con mariscos y seguir con la ruta. Después de esas micheladas francamente nefastas, procedíamos a tomarnos una foto con una reconocida marca de cámaras; finalmente era hora de volver a la carretera. Después de sortear las empedradas calles del pueblo mágico (detesto todas sus calles), salimos a la autopista, y al menos hubo menos curvas, pero más pagos de casetas.      

Qué pose, cainal
Ah, pero aquí no acababa el día, no, aún faltaría la retribución de pasar largas horas en la carretera: tacos. Según mi gran experiencia en comida mexicana (avalada por Foursquare) “Los palomos” son los mejores tacos a la parrilla de toda la ciudad, pues mis acompañantes difirieron totalmente a mí, y los calificaron como pasables, meh, incultos en sabores a la parrilla. Pues yo me sentía cansado, pero aún faltaba una sola cosa por realizar en el día, ir a la bendita Paloma Azul, la mejor pulquería de la zona sur-centro, al menos sí una de las más tradicionales. Dejé el auto a una cuadra, y justo cuando entrabamos, el propietario nos indicó que estaba cerrada, que solo para llevar. Después de que el “mameitor” pagara una apuesta que había perdido y haber comprado un litro para llevar, era hora de ir a descansar. Llevé a mi amiga a su casa, y después nos dirigimos a la mía. En este punto, después de tres días de parranda mis ojos estaban agotados, así que me acosté casi casi en cuanto llegué. Aún nos faltaba un día…y yo no podría estar más cansado.

De vuelta
Domingo. Nueve a eme, “despierta ya”, me dicen en un mensaje. Intento despertar, en verdad estaba agotado. Mientras estoy en la ducha intento elucubrar un plan para el último día de mi primo en la ciudad, o al menos improvisaré. Domingo de museos, suena bien. Pero antes, algo sustancioso de desayunar, la opción es Los sopes de la nueve, mítico restaurante para desayunar de la colonia Independencia, después de desayunar con mi madre, nos dirigimos en Uber a la zona alta de reforma, a la zona de museos. El primero fue el museo Tamayo donde vimos un par de exposiciones de arte moderno, arte de cada estado de México y un par de pinturas de Rufino Tamayo. El segundo fue el de arte moderno, donde había una exposición de esculturas (en el piso de abajo), de tipografía y en el piso de arriba había exposiciones relacionadas con el arte de México. Después de culturizarnos, y afirmar que no solo llevo a las personas a beber, caminamos a las afueras de Chapultepec, donde había una exposición de fotografías.
Expo del Tamayo

La tercera parada sería El Salón Corona, fuimos aquí porque queríamos una bebida refrescante para el calor, pero dijimos que solo una, porque ya nos conocemos, y porque teníamos una comida con mi padre y mi tía en un par de horas. Pues la cerveza estaba deliciosamente helada (aunque no más que la de Mérida) y rápidamente se acabó una, mi primo me interrumpió y dijo que iría por un amigo que estaba en la ciudad. Parece que toda la provincia andaba en la ciudad, y no por la marcha gay, ¿o sí? Después de beber la segunda ronda, teníamos que irnos a la cantina con el fiel. Dejamos la terraza y pedimos un Uber. Creo que ha sido el fin de semana que más he pedido Uber.
Solo 1, bueno 2
Llegamos quince minutos tarde, no exageradamente tarde, mi primo se moría por comer tuétanos fritos, a mí la idea no me emocionaba y pedí el buffet. Después de comer no exageradamente, pero sí sustanciosamente, pedimos un par de cervezas más. ¿Contaron todas las cervezas que bebimos en un fin de semana? Yo no, pero sí subí un par de kilos. Después de la plática con la familia, le pedí a mi padre que nos llevara a la condesa y que nos dejara en avenida Tamaulipas, el día estaba por concluir. 

La penúltima parada fue la librería El péndulo, una de las más vistosas de la colonia condesa, después de comprar un ejemplar cada uno, nos dirigimos a la última cervecería del fin de semana, un lugar alemán con promociones. Pedimos un par, acabamos de platicar de algunos temas y miramos el techo. El día estaba a punto de concluir, y el cansancio era más que evidente. Pedí un Uber para que nos llevará a mi casa, y después de un viaje lleno de infracciones y algo clandestino llegábamos a mi casa.

Llegué a leer un par de páginas de la novela en curso, pero mis ojos se cerraban, así que opté por acostarme temprano, mientras mi primo veía videos de Facebook yo me disponía a dormir. Como una costumbre meridense que aún no acabo de comprender, ellos piden sus vuelos a horas extremas. En este caso me levante a las cinco a eme para…despedirlo, él pidió Uber. ¿Apoco creían que lo iba a llevar? Eso ya es mucho amor.

Aquí concluye la segunda crónica de viajes en CDMX. Quisiera decir que aquí concluyen, pero sorprendentemente no, hubo un par más, pero no con los mismos integrantes. Ya verán…

¿Les gustó? ¿Debería ir yo a visitarlo pronto? ¿Qué apodo les gusta más “mameitor” o “cangrejo”?


No todo es tomar, chavos

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